Que la fuerza te acompañe: #MayThe4thBeWithYou


Hoy es 4 de mayo, día de Star Wars. La comunidad fanática del increíble mundo creado por George Lucas celebra hoy esta fascinante saga que cambiaría la cultura popular para siempre.


Nunca fui el fan acérrimo de Star Wars. No crecí con los VHS originales ni supe en qué orden había que ver las películas la primera vez que las encontré en la televisión. Pero como buen niño nacido en la década de los 2000, Star Wars estaba ahí, presente en el aire, en la cultura, en los recreos y en la emoción de abrir una bolsa de Sabritas esperando encontrar una carta con el rostro de Yoda o Grievous. Era parte del imaginario colectivo. Y ahí, entre episodios revueltos, en los maratones de “Trilogía 5” y tardes frente a la serie animada de Clone Wars, fui conociendo a Anakin Skywalker (también fue la mejor carta que obtuve en las bolsas de Sabritas, en unos Doritos Incógnito)

De niño, Anakin era el héroe cool, el Jedi ágil con su sable azul, el piloto temerario, el amigo leal. Y cuando se convertía en Darth Vader, yo solo entendía que había “cambiado de bando”, que era el malo porque la historia así lo requería. Pero lo que no comprendía entonces era todo lo que pasaba por dentro de ese personaje. Y ahora, ya más grande, puedo decir que esa complejidad es lo que lo hace tan fascinante.

Con los años, y al volver a ver las películas desde otra perspectiva —con más vida recorrida, más miedos propios, más preguntas sobre el bien y el mal— Anakin dejó de ser solo el Jedi caído para convertirse en un espejo incómodo y profundamente humano. Ya no veo a un simple traidor, sino a alguien que quería hacer lo correcto, que amaba demasiado, que temía perder lo poco que tenía y que fue engullido por un sistema que no supo abrazar su diferencia.

Empatizar con Anakin es, en parte, aceptar que todos cargamos con nuestras propias contradicciones. Su amor por Padmé, su desesperación por evitar su muerte, su necesidad de ser reconocido por el Consejo Jedi, su relación casi filial con Obi-Wan… todo eso forma una red emocional que, bajo suficiente presión, se vuelve insoportable. Su caída al Lado Oscuro ya no me parece absurda ni apresurada, sino terriblemente real. Porque crecer es entender que incluso nuestras mejores intenciones pueden llevarnos a lugares oscuros si actuamos desde el miedo, la ira o la soledad.

Ahora, cuando veo sus escenas finales —su redención a través de Luke, su sacrificio para destruir al Emperador— no solo veo un cierre épico, sino una última oportunidad de sanar. Porque Anakin, incluso después de todo el daño, el dolor, y los años como Vader, aún tiene derecho a volver a ser él mismo por un momento. Y eso, en una historia tan grande, tan galáctica, es de lo más profundamente humano que se puede contar.

Este 4 de mayo, me quedo con ese Anakin: el niño de Tatooine, el joven impetuoso, el guerrero roto, el padre redimido. El personaje que entendí de verdad solo cuando crecí. Porque Star Wars me enseñó muchas cosas de niño… pero Anakin me enseñó algo que solo se comprende con el tiempo: que nadie está más allá del perdón, y que incluso en la oscuridad, hay una chispa de luz esperando a ser salvada.

Gracias por leerme, y que la fuerza te acompañe.

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