Sobre el mañana y sus conjugaciones.
Una vez más, he decidido escribirle al mañana. No por necesidad, comodidad o pragmatismo, es más un capricho —por no decir maña— que adopté desde la noche anterior. Algo entre superstición y costumbre. Y, siendo honesto, ¿de qué más podría escribir si no es sobre ella?
He intentado llenar cuadernos con temas distintos, con cosas útiles, con pensamientos que no la mencionen. Pero siempre regreso a lo mismo: a esa presencia que no aparece, a esa ausencia que ya no necesita excusas. Es extraño, incluso después de todo. No es que siga buscándola. Es que todo lo que intento pensar sin ella se vuelve irrelevante.
Conforme tratamos de encontrarle sentido, amar —como verbo— se vuelve más y más difícil de comprender. No en la teoría, claro. En el papel, amar parece sencillo: cuidar, escuchar, ceder, permanecer. Pero en la ejecución real, amar es una especie de acertijo que, en la mayoría de las veces, casi nunca puede ser resuelto. Algo siempre falta. Algo no se entiende. Y ese algo —ese mínimo desequilibrio— termina haciendo ruido hasta volverse insoportable.
Quizá por eso prefiero escribirle al mañana, porque el presente está muy lleno de contradicciones y de cosas a medio decir, porque en el mañana todavía es posible imaginar que lo dicho llega limpio, sin malentendidos, sin reservas. Y porque a veces solo quiero poner algo por escrito, no para que sea leído, sino para que exista. Como si bastara con dejarlo flotando en el tiempo, esperando que alguien, alguna versión futura de mí —o de ella— lo encuentre y lo entienda como debe ser entendido.
Escribirle al mañana es, tal vez, mi forma de no rendirme del todo. De seguir amando sin imponerlo. De seguir diciendo sin interrumpir. De seguir esperando sin hacerle esperar a nadie. No es un acto heroico ni romántico. Es más bien una forma torpe de sostener lo que ya no se sostiene solo.
Y sin embargo, hay días en que el mañana no contesta. Días en que ni siquiera parece haber un lugar donde enviarle mis textos. Y esos son los más duros, porque me dejan con la sensación de que lo único que queda de esta historia soy yo, hablando solo en un cuarto en el que ya nadie entra.
Pero incluso así, escribo. Porque, aunque amar se haya vuelto difícil, aún creo en su posibilidad. Aunque no sepa conjugarlo bien. Aunque me tiemble la voz al pronunciarlo. Aunque mi manera de hacerlo ya no encaje en la suya.
Escribo porque, a pesar de todo, algo en mí quiere que el mañana sepa que sigo aquí. Con el corazón un poco más cansado, sí. Pero todavía dispuesto a intentar entender lo que nunca terminamos de decirnos.
Si algún día el mañana me responde, ojalá no me encuentre dormido. Ojalá me halle escribiendo. Como ahora. Como siempre.
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