Sobre lo que fue, lo que no fue, y lo que todavía nos abraza.

 

Estaba revisitando El Alba de José Madero. Un disco que tiene algo de exilio emocional y de espejo retrovisor. Las canciones —todas, sin excepción— cargan una melancolía que no se impone, sino que se queda flotando en el ambiente como una humedad emocional que uno no sabe si le alivia o le enferma. Pero entre todas, hubo una que me atrapó con más fuerza esta vez: Ahora y Hoy.

No es la primera vez que la escucho, claro. Pero ya sabemos que hay canciones que se entienden mejor según el día, según el temblor que uno lleve dentro. Y hoy, no sé por qué, esa letra me hizo pensar en el pasado —en ese pasado que uno a veces romantiza para no tener que enfrentar lo gris del presente—. Me hizo pensar en lo que fui, en lo que quise, en lo que no llegó.

Y me hizo pensar en ella.

No en la persona que ahora camina por otros rumbos, sino en quien fue entonces. La que, sin proponérselo, todavía aparece cuando suena cierta música o al cruzar una calle con historia. La que persiste como sombra tibia, como eco de una época que se niega a cerrarse del todo. No está, pero no se ha ido. Y lo más extraño —o lo más humano— es que ya me acostumbré a su forma de quedarse: no como cuerpo, sino como sensación. Como cuando uno recuerda un perfume, sin saber si aún existe.

Podría decir que la extraño. Pero no sería verdad. Extrañar es desear el regreso de algo. Y yo no quiero que vuelva. Yo quiero que no desaparezca. Porque si un día deja de doler, entonces sí estaré perdido. Si un día dejo de escribir sobre ella, dejará de ser mía, incluso en la nostalgia. Y eso —más que su ausencia— es lo que no podría soportar.

El pasado tiene esa maldita virtud de parecer perfecto cuando se mira desde la orilla del ahora. Como si allá todo hubiera sido más claro, más fácil, más inocente. Como si la vida nos debiera una repetición con ventaja. Y aunque sé que no fue tan hermoso como lo pinto, hay días en que no puedo evitar mirar atrás con ternura.

Pero —y aquí viene la contradicción que me salva— a pesar de todo, siento que el hoy es lo mejor que tengo. No porque sea perfecto, sino porque es lo único que puedo tocar. Porque aquí, ahora, estoy escribiendo esto. Porque hoy puedo mirar atrás y decir: sobreviví. Y porque si hay algo que aprendí de Ahora y Hoy, es que el ahora, con todo y su caos, también puede ser una forma de hogar.

La nostalgia es hermosa. Pero solo si uno aprende a no vivir en ella

En portada: View of Delft – Johannes Vermeer (c. 1660–1661)


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