"Ana Luisa"


La siguiente es una historia ficticia que escribí hace poco más de unos dos años. Ojalá sea de su agrado.


"Ana Luisa" 

Bajo la sombra de un viejo pino, apoyada sobre la incómoda corteza y las piernas pellizcadas por el césped, mi bella musa pasaba todos sus días. Pasado del medio día, montado sobre una bicicleta con el manubrio defectuoso y las llantas a medio desinflarse, yo me paseaba por la casa de mi bella musa; aquel camino rumbo a la iglesia era más distante y sinuoso, pero en mi mente no había mejor ruta que la que me dejaba apreciar a aquella muchacha de pelo negro y cejas tan pobladas como los arbustos de su jardín. 

A menudo, los otros muchachos de la iglesia me molestaban, decían que esa señorita de alta alcurnia difícilmente se fijaría en un cartero que a penas tiene para comer. De cualquier forma, nunca había pasado por mi mente acercarme más allá de la cerca de su casa; sin embargo, mis planes se vieron entretejidos cuando el Padre Jerónimo me encomendó entregarle una carta al Señor Fausto Iturbide, el padre de mi bella musa.

Un poco nervioso y habiendo procurado usar mi camisa menos maltratada, llegué a la casa del Señor Iturbide; ante la posibilidad de que la autora de mis desvelos fuera a abrirme la puerta, los nervios se apoderaron de mí. Al final, fue la ama de llaves de la casa quien recibió la carta a nombre del Señor Iturbide. Mientras entregaba la carta, logré ver al fondo de la sala una figura altamente familiar, solo que esta vez no usaba su falda blanca con flores pintadas de azul, sino que estaba portando un elegante vestido bermellón, y ahora, en lugar de estar recostada sobre la corteza de aquel pino, estaba sentada con mucha clase y propiedad. No me sentí digno de saludarle, pero correspondió alegremente a un sutil saludo de miradas.

Pasaron días, seguí pasando a diario sobre aquel distante camino, pero ya no lograba ver a mi bella musa. Algo dentro de mí me decía que las cosas no estaban bien, me sentía incompleto, sentí que me habían arrebatado algo, lo más sagrado de mi mundo. Me quitaron esos ojos negros que resaltaban sobre aquel rostro tan pálido como el papel de las cartas que entrego a diario. Mi delirio pudo más que yo, y en un intento desesperado por hallar respuestas, acudí con el Padre Jerónimo en instancia de confesión. 

Arrodillado a su derecha, dije: “Perdóneme, Padre, porque he pecado… Padre, quiero hacerle una pregunta: ¿Por qué Dios hizo que me enamorara de una mujer para luego arrancarla de mi vida?”. El Padre Jerónimo, siempre perspicaz, entendió de quién hablaba. “Te refieres a la hija del Señor Iturbide, ¿verdad?”, me dijo con su calmada voz. “Padre, me enamoré de ella desde el día en que, por equivocación, tomé un camino diferente para llegar a la iglesia. Sabía que nunca llegaría a ser dueño de su corazón, pero eso no me importó para entregarle el mío”. El Padre me respondió: “Hijo, amar no se trata de ver o tener. Amar es cosa de uno, nunca de dos. Amar es la capacidad más bella que Dios nos regaló. Si de verdad amas a esa muchacha, no la ames con la vista, ámala con tu corazón, porque los ojos se cierran, pero el corazón siempre está latiendo”.

“Amar es cosa de uno” dice el Padre Jerónimo. Creo que todo el tiempo amé con mis ojos a mi bella musa, que nunca aprendí a amarla con mi corazón. A día de hoy, mis ojos le siguen llorando, pero mi corazón la ama de sobremanera con cada latido que da. Y será un gran alivio saber que el último de mis latidos, tendrá su nombre grabado. 



En portada: La Belle Dame Sans Merci – Frank Dicksee (1901)

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