Pero qué terror (el terror).
Hay fechas que no significan nada, hasta que uno decide prestarles atención.
Este viernes 13, por ejemplo, podría haber sido cualquier cosa: un número, una
coincidencia, una broma para supersticiosos. Pero la mente —caprichosa como es—
se inclinó hacia una idea distinta. No el miedo como figura que asusta, sino
como sensación que detiene. El miedo no a lo que viene de fuera, sino a lo que
brota desde adentro.
No sabría decir
cuándo comenzó exactamente. Tal vez fue al leerla por primera vez. Una frase
corta, sin mayor intención aparente, pero con un filo que me alcanzó con
precisión. No hubo advertencia. Solo una palabra suya —despreocupada, tal vez
involuntaria— que se quedó fija, como un insecto en el vidrio. Desde entonces,
algo dentro de mí se volvió más torpe cada vez que llegaba su nombre.
No fue amor a
primera vista. No hubo vista.
Solo palabras,
en su tono preciso, colocadas con esa naturalidad que tiene quien escribe sin
saber que alguien la está leyendo con temblor en las manos.
Lo que vino
después fue un temor nuevo, uno que no se parece al susto, ni al peligro. Era
algo más delicado. Más íntimo.
Un miedo al
desborde. A responder con una palabra demás. A que una frase mía, mal medida,
quebrara la distancia perfecta que nos salvaba del ridículo. O peor: del deseo.
Porque con el
tiempo entendí que eso era lo que realmente asustaba. No ella. Sino lo que ella
generaba en mí.
La posibilidad
de que, sin proponérselo, sin siquiera saberlo, hubiera puesto en marcha un
mecanismo interno que no supe detener. Una sacudida sutil que me dejó
escribiéndole como quien trata de apagar un incendio con una servilleta húmeda.
A veces creo
que el mayor miedo que conozco no tiene forma, ni fecha, ni nombre. Tiene el
tono exacto de su voz escrita. Ese que me hacía pensar que, si no medía cada
palabra mía, si no era lo suficientemente prudente, si no era exacto como un
hilo tenso… podría perder incluso lo que nunca tuve.
Y aun así,
escribí.
Desde el
margen. Desde el borde de todo. Desde ese lugar donde uno solo existe cuando no
se nota. Y ahí permanecí, con esa mezcla de gratitud y parálisis que solo
provocan ciertas personas. Personas que no buscan ser musas, pero que lo son.
Hoy es viernes
13, y si de temores se trata, que al menos quede dicho:
no hay miedo más profundo que aquel que se siente no cuando alguien amenaza
nuestra vida, sino cuando sin saberlo, amenaza nuestra compostura.
Comentarios
Publicar un comentario