El templo y la prisión.

 

Colgada en mi conciencia, ha permanecido en silencio la memoria de tu sonrisa. Sin causar controversia, lejos de la diatriba, pero haciéndose presente cuando se entra a los dominios de la nostalgia.

Será porque no fui testigo recurrente de ella, porque no fui razón ni motivo, porque nunca, nunca, casi nunca, conseguí dibujarte una; aunque, siendo honesto, el dibujo siempre se te ha dado mejor a ti.

Con poca o nula intención, fuiste escabulléndote por los ya conocidos infames y sinuosos caminos de mi memoria, plantando en mis suelos las flores de tu huerto, profanando camposanto con tu imagen pagana, extendiendo tu recuerdo más allá de mis dominios.

Como queriendo y no, me convenciste de que todo lo que creía era una mera ilusión, trataste de advertir —lo digo bien— que el templo que estaba construyendo no era tal cosa, sino una prisión. Pero si bien el dogma no fue lo que rompió mi alma, la idea de algo más allá de estos muros sí lo hizo.

Pero no puedo culparte de mi -mal llamada- desdicha. No, eso no sería correcto -ni exacto-. Puede que haya decidido construir todo un mito alrededor de tu nombre -si es que realmente tienes uno-, pero eso no significa que mienta sobre lo que digo creer. Claro que podría estar lejos de la realidad, pero —de otra forma— no podríamos llamarle “fe”.

Hace tiempo que ya ni siquiera he escuchado la voz de los antiguos Dioses, aunque sus costumbres aún siguen vigentes, pues todavía llego a escribir en lengua muerta, no porque busque su respuesta, es solo porque la costumbre es lo último que quiero dejar morir.

¿Tu silencio es prueba de que me has abandonado o solo otra manera tuya de decirme algo? ¿Volveré a ver tu sonrisa una vez más? ¿Me lees con recelo o como otra voz perdida?

Ya lo he dicho antes. No es mi intención reprocharte algo que jamás me prometiste, no busco mucho más de lo que me has dejado tener, pero si un día optas por hacerte presente, una sonrisa tuya sería un bello comienzo.


En portada: Sleepy Hollow (1999)

Comentarios