Esto también terminará.

 

Hoy, mientras caminaba en la franja gris de la mañana —esa en la que el sol aún no decide si salir o quedarse escondido— me topé con una canción que no escuchaba desde hace un rato: If We Were Vampires. De Jason Isbell. Hacía mucho que no pensaba en ella, pero bastaron los primeros acordes para que todo volviera como un golpe seco en el pecho.

Recordé —porque uno siempre recuerda cuando quiere dolerse— una historia que no sé si fue del todo cierta, pero me gusta pensar que sí: dicen que Jason, al comprometerse con su esposa, le entregó una sortija con la inscripción “esto también terminará”. No por frialdad ni desapego. Sino como una forma brutalmente honesta de amar. No con promesas eternas, sino con la conciencia de que incluso las cosas más hermosas —sobre todo esas— tienen fecha de caducidad.

La frase, aunque ya conocida para mí, no dejó de remover. Siempre me han dolido más las certezas que las dudas, y pocas hay tan precisas como esa. Todo acaba. Todo. Incluso lo que creíamos eterno. Incluso lo que nunca empezó del todo.

Durante aquellos años en los que conocí la canción, yo también tenía algo que terminó sin aviso: un dailychat con una persona que fue —en su momento— el punto de fuga de mis días más agitados. Es curioso cómo se van extinguiendo ciertas rutinas. No hay despedida formal. No hay último mensaje que cierre el ciclo. Solo un día dejas de escribir. Y otro día dejas de esperar. Y así, sin mayor ceremonia, termina algo que parecía tan natural como respirar.

No fue un gran romance ni un acto épico. Fue una conversación continua, una compañía invisible, un rincón del día al que uno acudía sin pensar. Y eso lo hacía aún más valioso. Hay cosas que, por su cotidianeidad, pasan desapercibidas mientras existen. Pero cuando se acaban, dejan huecos tan específicos que nadie más podría llenar.

He pensado en esto durante el resto del día. En todas las cosas que han terminado sin que yo pudiera hacer algo. Y en todas las que aún existen, aunque no sé por cuánto tiempo. Me asusta pensar que incluso las miradas que hoy me sostienen —y que he aprendido a reconocer con un estremecimiento involuntario— también se apagarán algún día. Incluso esos ojos negros que alguna vez me devolvieron una versión más noble de mí mismo. Incluso ese recuerdo que no termina de irse porque, en el fondo, sigo esperando que regrese.

Y sin embargo, tal vez sea esa certeza —la de lo efímero— la que me obliga a escribir. Tal vez por eso me aferro al consuelo absurdo de dejar constancia. De que alguien sepa que esto existió, aunque haya sido solo por un momento. Que hubo una canción, una caminata, una conversación, un par de ojos negros que me hicieron temblar.

Tal vez todo termine, sí. Pero mientras tanto, sigo escribiendo. Porque si no puedo evitar el final, al menos puedo intentar que alguien —aunque sea por error— se encuentre a sí mismo en medio de estas palabras.

Y si algún día llegas a leer esto, tú que también sabes de adioses sin firma, solo quiero decirte que no me importa haber perdido el dailychat, ni la costumbre, ni siquiera la promesa. Me basta con saber que hubo algo. Que existimos en algún momento. Que, por breve que haya sido, coincidimos.

Porque, si esto también se acabará, al menos no habrá pasado desapercibido.


En portada: Yellowstone (Paramount+)

Comentarios