La güera de los flanes.
Bueno, reformulo... No es que reste importancia al
acontecimiento, es más bien que el suceso per se no me da como para escribir
tanto al respecto. Es eso o que mi imaginación simplemente se ha quedado corta
en esta ocasión, pero la otra explicación suena mejor —y así me conviene—.
Nota: Al final, decidí publicarlo (evidentemente).
Acompañé a mi mamá a un acto fúnebre. Ella entró al rezo y
yo me quedé en la entrada del velatorio. Junto a mí, voces más añejas que la
mía se reunían y discutían de todo un poco. A pesar de mi naturaleza
parlanchina, tomé el rol de escucha y me limité a comentarios breves, casi al
estilo del "Brody".
Mientras la discusión se desarrollaba, una muchacha se
acercó a la entrada. Su pelo, rubio y rizado, sometido con una liga, y su ropa
sencilla delataban que no iba vestida para la ocasión. Cargaba una canasta con
platos desechables.
Se acercó al conversatorio y, entusiasmada, soltó la voz.
— ¡Buenas noches! Creo que ha sido la fortuna lo que me
trajo aquí. Veo a mucha gente y yo tengo muchos flanes para vender. ¿Está bien
si paso a vender? — dijo la muchacha. Uno de los presentes, con mucha
propiedad, se dirigió a ella.
— Señorita, este es un velorio. No se trata de una fiesta
— dijo el señor. Ella, sagaz —o impertinente, según se quiera entender—
respondió: —Pero, señor, si es en la tristeza cuando el hambre más aqueja.
Además, con la mitad de los presentes, vendería todos mis flanes. ¿Por qué no
me da permiso para así irme a mi casa de una vez?—.
El señor, con algo de comicidad en su voz, le dijo: — No hay
problema. Te doy permiso de irte a tu casa —. Una risa se contagió entre
algunos de los que integraban la guardia no oficial de la entrada. Otro señor,
de gesto más amable y que —supongo— conocía a la muchacha, le explicó.
— Muchacha. Sé bien que no hay mala intención en ti. Pero
debes entender. Este es un momento sensible para mucha gente presente. Tu
vendimia sería poco respetuosa ante la situación y podrías recibir comentarios
desagradables. Lo mejor será que te retires y vayas a prisa rumbo a tu casa. Es
peligroso andar sola y de noche por aquí —.
La muchacha, un poco cabizbaja, parecía comprender y cesó en
sus intentos por realizar una venta.
Me traicionó la periferia y crucé miradas con ella. Me
aventó una sonrisa que decidí responder, aunque la mía tiraba más a mueca que a
sonrisa. La observaba con ojos mudos y las manos en los bolsillos del pantalón.
Ella, de la manera más normal y casual, estiró el brazo para
darme la mano. — ¡Hola! — me dijo. — Buenas noches... — le
respondí yo, estrechando su mano y con un poco menos de entusiasmo.
— Disculpa. ¿Eres familiar del difunto? — me preguntó
con curiosidad en el rostro. — Algo así. No lo conocía mucho. — le dije
mientras ella seguía sin soltarme la mano. —Oh, entiendo. Estaba por darte
el pésame. Vi tu rostro demasiado serio y triste. Discúlpame— me dijo ella.
Con un poco más de simpatía, le dije: —No hay pierde...—.
En su rostro se volvió a dibujar una sonrisa y la mirada
radiante se despidió, soltando finalmente mi mano.
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No hay mucho que pueda decir al respecto de lo que pasó. Se
trata de una persona con la que conviví menos de tres minutos, de los cuales,
solo uno fue cara a cara. Ni siquiera pregunté su nombre y tampoco pareció
importarle el mío. Poco o nada sé de ella, pero no sería la primera vez que me
ahogue en un vaso de agua.
¿Sabrá ella que le ha dado a este intento de escritor un
buen texto para pasar la noche? Porque yo no lo sabía entonces, sino hasta
ahora, frente al teclado.
Tal vez la próxima ocasión —una menos lúgubre, espero— me tome el tiempo de preguntar por su nombre. Hasta entonces, hasta aquí queda el relato de la güera de los flanes.
En portada: Shiva Baby (2020)
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