La muchacha del exclusivo... o no, pero bien podría ser.

 

Hay ideas que lucen bastante claras en la mente de uno, que gozan de sentido y lucen sencillas ante terceros. Son tan lógicas que podrían plasmarse en un diagrama. Pero algo pasa, algo ocurre cuando esas ideas se traen a nuestro plano, algo cambia, no logramos concretar una sola parte de lo que, en principio, era sencillo.

La explicación que damos —o que me he acostumbrado a dar— es que las cosas “son más complicadas de lo que parecen”, a que “esta vez no es igual”. Como si nosotros fuéramos algo especial, la excepción a la regla.

Había pasado voluntariamente por un exilio emocional. Me encerré en una celda, aislado de toda luz, las paredes solitarias de mi conciencia no dejaban ver más allá de los cielos bermejos, solo al dormir era capaz de encontrarme con aquella mirada de ébano y marfil. Todo esto, resultado de una involuntaria —sí, lo expreso bien: involuntaria— sobriedad de aquel rostro porcelánico.

Con el paso del tiempo, mis horizontes comenzaron a llegar más lejos. Aquella prisión comenzó a caerse a pedazos; yo, ya un poco acostumbrado al sonido del silencio, fui recorriendo los dominios que se me presentaban.

Sin darme cuenta, una mirada familiar se inmiscuía en habitaciones cada vez más íntimas de mi mente. Lo notaba, era menos fría, más cálida; menos oscura, con más luz; no había nostalgia ni melancolía, era esperanza y expectativa.

Tal vez eran las cicatrices que me dejó el dogma y mis antiguos dioses, tal vez las malas experiencias con las recientes figuras paganas, o tal vez solo era mi nada sorprendente autoestima por los suelos, pero jamás terminé de sentirme convencido de que estos nuevos ojos quisieran verme como yo aspiraba a verlos.

Cada vez más cercanos, más estrechos, generando localía, pero siempre sintiéndome ajeno. No es que hiciera mucho por asentarme, pero jamás me sentí bienvenido. Tal vez había sonrisas al lado del camino, pero ella siempre se encargó de hacerme saber que ese no era mi sitio.

Con eso y todo, decidí acampar por un tiempo. La luna de la esperanza iluminaba mis noches, esas en las que ella solo me observaba con una sonrisa pasajera. No parecía molestarle verme ahí; a veces, hasta se sentaba cerca de mí, compartíamos el amanecer y relatábamos lo que el corazón nos permitiera. Me dejó estar cerca suyo, pero nunca mostró interés en tenerme, tal vez porque ya sospechaba que poseía una buena parte de mi conciencia.

Amo, o tal vez amaba —la verdad es que ya no sé cómo conjugarlo— lo que teníamos —o seguimos teniendo, según se quiera entender—. Yo la quiero, y tal vez ella pueda decir lo mismo, pero sabemos que no se trata de la misma forma de querer. Porque yo la quiero, de la forma más tonta e infantil, de esa que me asusta, de esa que me pone nervioso por el futuro, porque si ella me quisiera igual, tal vez, podríamos enamorarnos y tirar todo por la borda con la esperanza de que esta vez, solo esta vez, tal vez sí sea para siempre.

Porque si me enamoro querré compartir cada mañana y noche junto a ella, querré tomarme esas fotos que tanto me disgustan; si me enamoro, querré comprar una casa, un auto, tener uno, dos, tres hijos; pelearnos por tonterías, bajar la carriola de la cajuela, cantarle canciones de Cri-Cri a nuestros hijos. Y todo eso me causa tanto, pero tanto miedo.

Pero todo eso no importa. Ella es lo bastante lista para darse cuenta de lo que esconden mis líneas, aunque lea casi nada de lo que escribo —apostaría muchas fichas a que ni siquiera leerá esto—.  Ella ha elegido verme solo como un amigable visitante, no hay nada que hacer al respecto y, siendo muy abierto, yo elijo no verla más.

Para no hacer más insufrible esta ya anticlimática —y a penas sufrible— lectura: he decidido levantar mi campamento y largarme de su sitio. Esta vez, cuando ella mire por su ventana, ya no verá arder mi fogata, solo encontrará los vestigios de lo que alguna vez intenté, de lo que imaginé, de lo que ella no quiso.

No es que sus ojos hayan perdido luz, es solo que ya no me importa mirarlos y mucho menos esperar a que me miren de regreso. Ella siempre podrá encontrarme, pero ya no seguiré buscándola.

Y es así como se abre un nuevo expediente en el archivo de todo aquello pudo ser, pero que nunca fue.

 

En portada: Pearl (2022)

Comentarios