We Need to Talk About Kevin (2011): Tenemos que hablar de esta película. #RESEÑA

 

Hacía tiempo que tenía ganas de ver We Need to Talk About Kevin. Muchos portales y uno que otro amigo con criterio dudoso ya me la habían recomendado. Hoy, por suerte o destino —más lo segundo, creo—, finalmente la vi. No haré spoiler, porque si alguien merece ver esta película, merece también el silencio previo a la tormenta.

La historia la vemos a través de Eva —Tilda Swinton en uno de esos papeles que parecen escritos para incomodar con belleza—. Una mujer que en otra vida, tal vez, habría escrito crónicas de viajes o armado una tienda de campaña en un rincón improbable del mundo. Pero no. En esta vida decidió formar una familia con Frank. Sin mayor ceremonia, llega Kevin. Y desde antes de llegar, uno intuye que hay algo fuera de sitio. No diré que Eva no lo quería, porque no sé si alguna madre puede realmente no querer. Pero sí me atrevo a decir que Eva nunca se sintió del todo parte de la maternidad que le fue asignada.

La película, sin avisar, va y viene entre los recuerdos y el presente. Un presente en el que Eva vive con la mirada baja, una casa vandalizada, y una quietud que solo se le concede a los condenados. No se queja, no llora. Ni siquiera reacciona cuando una mujer le planta una bofetada en plena calle. ¿La merece? Tal vez. Pero la pregunta no es esa. La pregunta, creo, es cuándo el dolor se vuelve rutina y cuándo dejamos de distinguir la culpa de la resignación.

A nivel técnico, la película es contenida, pero brutal. No necesita demasiados diálogos: bastan unas cuantas frases para dejarle a uno un nudo en la garganta. A veces por miedo, otras por incomodidad o pura impotencia. El lenguaje visual es una maravilla: los encuadres, los colores, los silencios. Y los niños actores… es difícil describir la incomodidad que provocan. Realmente cuesta recordar que uno está viendo una película. Kevin (en todas sus edades) irradia una especie de malestar sutil, como una amenaza que se esconde detrás de cada mirada, de cada gesto. Ezra Miller hace un trabajo tremendo; cada vez que aparece, uno siente que algo va a romperse. Y de alguna forma, siempre se rompe.

Kevin es el epicentro del conflicto. Pero no es solo él. Es la suma de todo lo que no se dijo, de todo lo que se normalizó, de las alarmas ignoradas por amor, comodidad o miedo. Y eso es lo que más inquieta. No la violencia en sí, sino la incapacidad para hablar de lo que duele antes de que sea demasiado tarde.

Vivimos en un mundo que exige discursos sobre la maternidad perfecta. Donde admitir que no se quiere, que se tiene miedo, que uno no puede más, está mal visto. Eva no tenía espacio para decir lo que sentía sin ser juzgada. Y Kevin… bueno, Kevin fue creciendo como una sombra. Una que ella no supo —o no quiso— disipar.

No puedo evitar pensar en cuántas veces hemos callado para no incomodar. Cuántas veces hemos visto venir algo y decidimos voltear hacia otro lado. Por miedo a ser exagerados. Por creer que el amor todo lo puede. Por fe ciega en que las cosas, de alguna forma, se corregirán solas.

La película no busca dar respuestas, ni justificar a nadie. Y ahí reside su fuerza. En dejarnos incómodos. Con preguntas. Con rabia. Con esa sensación amarga de haber llegado tarde al desastre.

No es una película de domingo —irónicamente—, pero sí algo que amerita verse por lo menos una vez. Es de esas cintas que te dejan pensando en tu propia casa, en tus propios silencios, en los rostros que alguna vez viste con desconfianza pero decidiste ignorar. No es una historia sobre maternidad. Ni siquiera sobre violencia. Es una historia sobre todo lo que decidimos no decir hasta que ya no hay forma de volver atrás.

En portada: We Need to Talk About Kevin (2011)


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